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Invitada del programa

CONTRAFORMA:
EL LADO B DEL DISEÑO.

Ana Milena Castro

https://www.facebook.com/watchparty/2545865985516845

Entrevista

MÁS ES MAS

Por: María Inés McCormick

https://mariainesmccormick.wordpress.com/entrevistas/?fbclid=IwAR2cJo70EmYZXRQyP77ggYpKfiPSMFwg18dogQDGSB_6DbXYgmy38yPsYfs

La diseñadora colombiana Angela Jiménez Quijano usa Photoshop para llenar de color los edificios y monumentos históricos de varias ciudades del sur de Francia. Una propuesta artística que pretende sacudir al espectador frente a lo real y lo virtual.

Hacia atrás solo para tomar impulso. Doblar los recuerdos, plegar las creencias y acomodar la vida pasada en dos maletas para comenzar de nuevo. Emigrar es como reencarnar a medias. Una parte del yo muere para renacer en otro país con otra lengua y otra cultura. Se tiene la experiencia de haber vivido antes, pero todo se ve, se oye, se siente, huele y sabe distinto.

Algunos emigran porque les toca y otros, porque quieren. Angela Jiménez Quijano lo hizo por amor. Esta diseñadora gráfica colombiana dirigía una empresa creativa en Bogotá cuando Thierry Blanc, un gendarme francés en misión diplomática en Colombia, se le cruzó en el camino en el 2004. Cuando Thierry regresó a su país, la relación continuó de lejos durante un par de años hasta que decidieron formar un hogar. No hubo mucho qué pensar. Con siete meses de embarazo, Angela se despidió de su familia, de su trabajo y de sus amigos para iniciar una nueva vida en Hyères, en el sur de Francia.

Llegó en febrero de 2008 sin hablar el idioma y sin imaginar las implicaciones que suponía dar a luz en otro país, criar un bebé sin el respaldo de un círculo cercano, lidiar con los hijos del primer matrimonio de su esposo y llevar las riendas del hogar cuando Thierry debía partir en misión durante varios meses seguidos. A los 34 años Angela tuvo que aprender a ser extranjera.

“Cuando di el salto mortal del tercer al primer mundo, pensaba que me iba al futuro. A un mundo habitado por ciudadanos modernos con una visión amplia de la realidad, de los que iba a aprender miles de cosas. Un paso adelante en la evolución. Me preocupaba no dar la talla y parecer inculta o ignorante. De qué voy a hablar yo si esta gente debe haberlo visto todo” – escribió en el blog Instantáneas Inmigrantes, el espacio que durante varios años le sirvió de bitácora para navegar entre los dos mundos-. “Con el tiempo he comprendido que la modernidad es una elección, un golpe de suerte, un regalo del destino que aparece aquí o allá, en medio de la pobreza, de la riqueza, de la adversidad, en el primer o en el tercer mundo… El ciudadano moderno, el de la visión amplia, es un espécimen raro y poco frecuente que puede nacer en la Clínica Palermo de Bogotá, o en el hospital Saint-Louis de Paris. Al mismo tiempo en la habitación del lado, nacerán ciudadanos venidos de la Inquisición o del Renacimiento o pequeños Homo Erectus, que al crecer serán fanáticos de Millonarios o del Olympique de Marseille”.

Angela es una artista. Su mundo es el color, las formas, los volúmenes. La exuberancia en contraposición al minimalismo. Una bacanal en la que las flores, los animales, las plantas, las figuras geométricas y las personas se entrelazan en un continuo movimiento. Su premisa: More is more. Más, es más. De ahí que no le tenga miedo a explorar diferentes técnicas para plasmar las coloridas ideas que se le cruzan por la cabeza. De la ilustración y el diseño gráfico pasó a la pintura, la fotografía, el arte digital, el collage, el diseño de textiles, la elaboración de collares, la intervención de prendas de vestir y la cerámica.

Esas ansias de libertad y de amplitud no tardaron en estrellarse contra el muro de la desconfianza y la indiferencia. Angela, que siempre se ha resistido a ser etiquetada, descubrió que en Francia le habían asignado un rol: la extranjera, la latina, la colombiana. La otra. La que no es como nosotros. Los estereotipos son difíciles de erradicar y, para cierta parte de la población francesa, el migrante del tercer mundo es apenas mano de obra barata que no tiene mayor cosa que aportar a la sociedad más allá de su fuerza de trabajo. “Cuando me preguntan si en mi país hay computadores, cajeros automáticos, semáforos, teléfonos portables, internet… me toca explicarles conceptos como la globalización o el comercio internacional. No les cabe en la cabeza que una persona de Colombia pueda hablar otros idiomas o que sepa quién es Edith Piaff” – dice entre risaspues resolvió burlarse de las críticas en lugar de amargarse con cada comentario desafortunado que le hacen sobre su origen.

Resistir. Caer y volver a levantarse. En los doce años que lleva viviendo en Francia, Angela se ha cruzado con decenas de latinos que hablan en pasado. Hombres y mujeres que conjugan su vida evocando con nostalgia el ayer: en Perú yo era, en México yo era, en Venezuela yo era, en Brasil yo era. Inseguros al momento de hacer valer su experiencia y conocimientos para no molestar y no generar ruido en una sociedad que acepta su presencia pero que no termina de integrarlos. De reconocerlos como iguales.

Angela, al contrario, no fue. Ella sigue siendo. Se resiste a perder su identidad creativa y si los demás la quieren meter en una casilla, ese es su problema.  Aunque trabaja a distancia como diseñadora gráfica para clientes en América Latina, en Francia ha sido ama de casa, tallerista de artes plásticas en colegios, profesora de español, fotógrafa  y hasta vendedora en mercados artesanales. Se ha convertido en un ser anfibio capaz de sortear las dificultades propias de los dos mundos. “Me siento más como una infiltrada. Han sido años de observación y de sutil espionaje. Ha sido el ansia bulímica por entender este país y a sus habitantes lo que me hizo desarrollar esta extraña habilidad para mimetizarme, para deslizarme, para parecer uno de ellos y seguir siendo yo. He cambiado. Debo reconocerlo. Por dentro y por fuera. No soy francesa ni me siento como tal, pero puedo simularlo y dependiendo de la situación navego entre Angela y Madame Blanc”.

Madame Blanc, su apellido de casada, le sirvió de inspiración para crear Lita Blanc (www.litablanc.com), la marca con la que da a conocer sus creaciones artísticas y que le sirve de escenario para lanzar sus proyectos virtuales. El más reciente es “Dreaming Street Art”, una serie de fotografías de monumentos históricos y lugares representativos de Hyères que Angela ha alterado gracias a Photoshop creando la ilusión de haberlos transformado en murales con sus propios dibujos. “En mi pueblo creen que defender el patrimonio es pretender que nada debe cambiar. Tienen una reacción visceral a todo lo que implique movimiento. Entonces, por vengarme, empecé a hacer los montajes con mis diseños y a compartirlos en las redes sociales de la ciudad. Yo busco que el espectador dude y salga a ver si el mural es verdad o no. Es un juego de la imaginación. De mostrar otras opciones. Otras realidades.”

Las reacciones no se hicieron esperar. Angela recibió comentarios positivos y negativos dando pie a un debate entre los habitantes de Hyères, sobre las diferentes visiones del patrimonio y el uso artístico del espacio urbano que terminó en una invitación para hacer una exposición con sus fotografías. “En los mensajes me aman, me felicitan, me odian, me insultan. Las reacciones que más me gustan son las de la gente que reconoce la casa o la calle de algún conocido y le escriben para contarle. Cuando la gente cae en la trampa del juego y eso la hace feliz”.

Dicen que integrarse no es cambiar, sino aprender y quizás la primera lección es valorar las raíces y darle importancia al lugar de origen. “Yo he desmitificado a Europa y cada día me convenzo más de que aquí tienen mucho que aprender. El eurocentrismo en el arte es terriblemente aburridor, bonito, pero aburridor.  El problema es que nos han convencido de que ese es el ángulo desde el cual hay que entender el arte. Y a su vez el arte contemporáneo es tan sofisticado que es difícil saber cómo “se come”, yo creo que se puede hacer un arte más cercano al corazón. Más fácil, más reconfortante, más sensorial, en el que no sea necesario estudiar para entender. Solo sentir”.

Una monja que le enseñó francés recién llegada a Francia le dijo que no intentara ser la persona que era antes, sino que se sintiera orgullosa de lo que era ahora y que tratara de ser mejor cada vez. “La felicidad no tiene nada que ver con el primer mundo. Alguien nos dijo que lo que somos no era suficiente. Y eso no es verdad”.

Así es Angela Jiménez Quijano. Una migrante cuya alegría y fortaleza se han convertido en un antídoto contra la desilusión. Entre la luz y la oscuridad. Entre la queja y el asombro.

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